Era el año 2003 y yo sólo tenía 16 años. Nunca había salido de mi pequeña isla de Jamaica y viajar a un país nuevo era una experiencia emocionante, aunque aterradora. Me sentía como Eddie Murphy en la película Coming to America, sólo que no venía a buscar una reina… venía a ampliar mis estudios. Los primeros días no fueron difíciles porque mi madre estuvo conmigo durante la orientación y el proceso de registro, pero la realidad de vivir por mi cuenta, conocer gente nueva y experimentar una nueva cultura me golpeó como una tonelada de ladrillos cuando mamá volvió a Jamaica… ¡sin mí!
Mi primer mes fue el más duro porque echaba de menos mi casa, la comida, mi familia, mis amigos y mi forma de hacer las cosas. Fue difícil adaptarme porque no tenía una, sino dos compañeras de piso americanas con las que tenía que compartir habitación y baño. Esto me resultó difícil porque crecí como hija única con mi propia habitación y baño, así que estaba acostumbrada a tener mi propio espacio y, lo que empeoraba las cosas, mis compañeras de piso apenas entendían una palabra de lo que decía cuando hablaba porque tenía un acento jamaicano muy marcado. De hecho, en mi primer semestre, debí de repetirme un millón de veces porque nadie entendía lo que decía, ¡y eso que hablaba en inglés!
Sin embargo, a pesar de mi morriña y de no ser comprendida durante mi primer mes, aprendí a adaptarme a la cultura estadounidense porque hice amigos muy fácilmente y mis compañeras de piso y yo nos hicimos grandes amigas. Me enseñaron a tallar una calabaza para mi primer Halloween, de lo que me sentí muy orgullosa, y me disfracé por primera vez de enfermera, lo que fue emocionante porque siempre había visto cómo se celebraba Halloween en la televisión, pero nunca había tenido la oportunidad de vivirlo porque en Jamaica no se celebra. También aprendí sobre la historia de la celebración del Día de Acción de Gracias, ya que pasé mi primera cena de Acción de Gracias en la escuela con otros estudiantes internacionales, que no regresaron a casa para la festividad. Recuerdo haberme atiborrado de pavo, jamón, pollo, puré de patatas, boniatos, judías verdes y ¡mucho más! Los "15 del primer año" (un mito según el cual todos los estudiantes de primer año engordan 15 libras en su primer semestre de universidad) no eran un mito para mí, porque pasé de pesar 97 libras a la friolera de 115 libras en Navidad.
Abracé felizmente la cultura estadounidense y me adapté en seguida, pero nunca olvidé mis costumbres y tradiciones jamaicanas. Estaba muy orgullosa de mi cultura y me encantaba hablar a la gente de mi isla. Incluso llegué a adorar las miradas de desconcierto de la gente cuando hablaba debido a mi marcado acento, pero con el tiempo empecé a enseñar a mis amigos el dialecto jamaicano, que es el patois, y ahora todos me saludan diciendo "wah gwaan", que significa "qué pasa".
Tras ocho años en Estados Unidos, siete de ellos como estudiante internacional, puedo decir sinceramente que me encantó cada minuto, incluso los momentos difíciles en los que echaba de menos mi hogar y me sentía incomprendida, porque esos momentos ayudaron a moldearme en la persona que soy hoy. Ser estudiante internacional en EE.UU. me abrió los ojos a un mundo de culturas diferentes, conocer gente nueva, grandes oportunidades y un futuro prometedor. Si tuviera que volver a hacerlo, no me lo pensaría dos veces, sin duda volvería a hacerlo. Esta experiencia me ha hecho sentir como si hubiera viajado por todos los EE.UU. y por todo el mundo debido a todos los amigos que he hecho que vienen de diferentes lugares y sé que algún día los visitaré en sus países de origen. Así que, definitivamente, mi viaje continúa y estoy muy orgullosa de haberlo hecho.
